Neoliberalismo y democracias parlamentarias: al palacio se lo destruye en las calles

Por Laura Farina

Pensar la resistencia al neoliberalismo pero también a las democracias parlamentarias fue el tema que reunió a un nutrido grupo de asistentes este último viernes en la Taberna Internacionalista Vasca de Buenos Aires, en el marco de las Cátedras Bolivarianas que viene desarrollando Resumen Latinoamericano.
La solución a la crisis no puede ser sólo depositar un papel en una urna, si no la rebeldía se transforma en delegación, fue un concepto que sobrevoló toda la charla, que contó con la coordinación del periodista Carlos Aznárez.
La presencia multigeneracional en la sala dio cuenta de un “hilo rojo” que une a las experiencias revolucionarias de los años setenta con los movimientos sociales que hicieron frente a las consecuencias nefastas de los años noventa, proponiendo en cambio organización territorial, autogestión y corte de rutas.
Hernán Ouviña, Jorge “Chiqui” Falcone, Raúl Cerdeiras y Mariano Pacheco, expositores todos ellos,estuvieron de acuerdo en que la rebeldía frente a los despidos, el hambre, la destrucción de los derechos sociales y el incremento de las ganancias para los ricos de siempre no puede conformarse con una supuesta victoria en las elecciones. Porque lo que se gana es simbólico, mientras el poder se reconfigura para volver a atacar.

13705196_10154375356222342_1741537470_n“La tragedia del ultimo 22 de noviembre, me refiero a que un pueblo con la tradición de lucha como el argentino haya tenido que optar entre la cara y la contracara del capitalismo salvaje en las urnas, y la segunda tragedia, la de celebrar un bicentenario en presencia del conquistador, a mi modesto criterio son impensables sin un genocidio mediante”, aseguró “Chiqui” Falcone, documentalista y docente.

La “CEO-cracia” que gobierna Argentina, como la definió Falcone, es la posguerra de un genocidio que comenzó con el exterminio originario sobre el que se creó la Nación y que se consumó el 24 de marzo de 1976 con la destrucción del Estado de Bienestar.
En ese sentido, Raúl Cerdeiras, filósofo y director de la Revista Acontecimiento, agregó: “No hemos tomado suficiente nota de que a mediados de la década del setenta no en Argentina, la humanidad entera, vio desplomarse el proyecto de emancipación de la humanidad laico más grande que haya existido en este planeta, cuyo nombre universal ha quedado sellado como comunismo”.
La charla sirvió también para presentar la reedición del libro de Mariano Pacheco, “De Cutral-Có a Puente Pueyrredón”. Pacheco se preguntó si el pueblo argentino aún no está bajo la sombra del terrorismo de Estado, que imposibilitó un horizonte de transformaciones revolucionarias. Perspectiva que renació al calor de gomas quemadas en los cortes de ruta a fines de los noventa.
Cutral-Có “marca la irrupción de una política de masas, de la radicalidad contra el sistema político y la importancia de las pequeñas victorias. Es la tríada a partir de la cual distintos grupos de militancia con distintas procedencias intentamos a fines de los noventa conformar lo que después, en lenguaje de los grandes medios de comunicación, se conoció como movimiento piquetero. Que entiendo que jugó un rol de vanguardia, no tanto como organización partidaria clásica sino como sector social que con sus luchas posibilitó y facilitó luchas de otros sectores”, opinó Pacheco.

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En tanto que para Cerdeiras, “el libro de Cutral Co a Puente Pueyrredón, describe algo que es absolutamente inédito y es que se desarrolló una experiencia en Argentina en donde la política no solo tiró abajo a un presidente, lo cual es bastante de por sí. Pero lo importante es qué pasó, qué subjetividad fue naciendo. Porque, ¿todo esto pasó por fuera de los sindicatos? Sí. ¿Pasó por fuera de los partidos? Sí. ¿Pasó por fuera de las elecciones? Sí. ¿Pasó con el pueblo en la calle? Sí. ¿Había representación? No. ¿Había presentación? Si. ¿Había asambleas? Sí. ¿El juez venía a la ruta? Sí. ¿El intendente también? Sí. ¿Cómo, no es al revés? No”.
Toda esa rebeldía que se vivió en aquellos días, el “que se vayan todos”, la búsqueda de la construcción horizontal, la necesidad de autogestionar los recursos para no depender de nadie, para que en 2016 gobiernen los mismos que vendieron la patria para llenarse los bolsillos de dólares y que tuvieron que abandonar la Casa Rosada en helicóptero.
“Lamentablemente lo que ha ocurrido en los últimos quince años a escala continental es una impugnación de aquellas formas de experimentación, de militancia política que se desarrollaba por fuera de los canales tradicionales de la democracia parlamentaria. El kirchnerismo abonó mucho a la impugnación del 2001, queriendo asemejar la rebelión popular como la antipolítica, cuando en realidad era antipolítica liberal burguesa, pero había una politicidad profunda y radical”, explicó Hernán Ouviña. Decir que los jóvenes volvieron a la política gracias a Néstor y Cristina es negar toda una generación expresada en Darío y Maxi en Puente Pueyrredón.
En el mismo sentido se expresó Pacheco para quien “el kirchnerismo fue la expresión política de la salida más progresista a la crisis del régimen político. Pero también marca la clausura de las perspectivas insurgentes de las militancias más radicalizadas del período de fines de los noventa y del 2001”.

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Sin embargo, a la hora del balance, reconocen que la situación no es igual que en los noventa, ya que la clase trabajadora no se encuentra diezmada como en ese momento. Además, la militancia actual cuenta con las enseñanzas de la experiencia zapatista, de la construcción comunal bolivariana y de los movimientos sociales de Bolivia.
Está claro, para ellos, que la trasformación de la sociedad no se va a conseguir con propuestas electorales. “Hay que concebir organismos por fuera de esa institucionalidad estatal, pero en tensión constante con ella, poner en cuestión la lógica delegativa, resituar como central los procesos comunales, de autogobierno, que rompen esa escisión entre dirigentes y dirigidos. Y para eso no hay receta pero sí un caudal histórico de procesos revolucionarios de los cuales hay que aprender”, señaló Ouviñas.
Una vez ya convencidos de lo que no hay que hacer, el problema está en construir lo nuevo, en encontrar la forma en que todos y todas se sientan identificados, dispuestos a pensar y crear en colectivo, transformando no sólo el discurso sino la práctica diaria, el quehacer reflexivo.
“No tenemos todavía la fuerza, ni la convicción, ni la claridad como para empezar a afirmar principios, ideas, organizaciones, una subjetividad política diferente que vaya formando un nuevo nosotros, poder tejer, pasar un hilo que empiece a atravesar todas las identidades para construir un nosotros”, explica –casi angustiado- Cerdeiras.
¿Y mientras tanto? “Qué sentido tendrá construir una herramienta electoral para disputar un espacio institucional en unas elecciones en las que no esté en debate el poder real. Prefiero apostar por una movilización multisectorial que sea capaz de construir una nueva hegemonía social cuya caja de resonancia -no tengo ninguna duda- no va a ser el Palacio sino la calle”, concluyó Falcone.

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Intervención de Jorge Falcone en el panel «Cómo resistir al neoliberalismo y las democracias parlamentarias» convocado por las Cátedras Bolivarianas en la Taberna Vasca, 15 de Julio de 2016

 

LA REBELIÓN POPULAR Y LA AMENAZA DE ASIMILACIÓN AL SISTEMA

Mariano Pacheco es un nuevo que alguna vez ha reflexionado sobre lo viejo (me refiero a su ensayo sobre los 70’ «Montoneros Silvestres»), yo soy un viejo que se ha dejado atravesar por lo nuevo (a propósito de lo cual oportunamente publiqué en la editorial del FPDS mis reflexiones sobre las luchas populares durante la primera década del Siglo XXI bajo el título de «Pensando la Patria sin copiarse») Vertebraré esta intervención en torno a esos dos momentos disímiles de irrupción popular.

 

Las tragedias del 22 de noviembre (ballotage Macri – Scioli) y el 9 de julio (Bicentenario en presencia de un rey borbón) son impensables sin genocidio mediante 

Resulta imprescindible para evitar el derrotismo del campo popular tomar conciencia de que el miserable escenario político al que nos enfrentamos -optar en las urnas entre la cara y ceca del capitalismo salvaje o celebrar una gesta patria acogiendo al conquistador- no obedece exclusivamente a nuestros errores del pasado, sino a un minucioso proyecto de refundación del país que requirió como prólogo de una ingeniería represiva equivalente al ejercicio de una verdadera lobotomía social destinada a descapitalizar al pueblo argentino de su experiencia de lucha y erradicar por tiempo indeterminado el pensamiento crítico.

En el Siglo XIX el patriciado local enfrentó a lo que llamó «anarquía» -verbigracia, la criolla rebelión del país profundo- con un nuevo estatuto de coloniaje bautizado La Organización Nacional. Así, podría pensarse que nuestra Constitución de 1853 fue escrita con la sangre del criollo y del indio sublevado. Esta Ceocracia, inéditamente entronizada por vía electoral, sincera como nunca antes la posguerra de un genocidio no casualmente presentado como Proceso de Re Organización Nacional.

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Limitaciones de la disputa por el poder apelando a las reglas de juego del Estado burgués:

Dejémonos interpelar por dos momentos claves de la historia contemporánea pasibles de ser analizados a partir de las consignas que ambos enarbolaron: «Luche y Vuelve» y «Que se vayan todos». Las organizaciones político-militares de tradición nacionalista revolucionaria definimos al primer evento -expresado por el sobreentendido de un retorno capaz de restaurar la Justicia Social- como de ofensiva estratégica del campo popular, toda vez que culminaba entonces un período de casi 18 años de proscripción signado por una resistencia capaz de combinar la lucha político-sindical con la acción directa, en un proceso de acumulación de fuerzas que arrebató al régimen elecciones sin proscripciones. Su signo positivo fue la Unidad Nacional antioligárquica, y una de sus máximas limitaciones el proverbial estatalismo peronista que intentó reeditar el fifty fifty obrero-patronal en un contexto en que la clase trabajadora estaba dispuesta a ir por mucho más.

Si aplicáramos la misma lógica político-militar para analizar el Argentinazo, deberíamos advertir que en este caso, a diferencia del anterior, su consigna emblema tuvo carácter defensivo, toda vez que se definió por la negativa, sin explicitar una eventual dirección de avance. De manera que en tal caso debería hablarse de ofensiva táctica, ya que se venía de un proceso de destrucción nacional inaugurado por la dictadura y consumado por el menemismo, y se carecía de una dirección unificada y un programa de cambio social. Acaso uno de sus méritos mayores haya sido apelar al asambleísmo en un contexto renuente a las viejas estructuras de conducción verticalista; y su déficit, no haber logrado superar la fragmentación, quedando expuesto a una nueva encerrona del sistema demoliberal.

Pero, en todo caso, el legado más subversivo del Argentinazo fue la autogestión, y muy probablemente el rescate empírico de la tradición libertaria pre peronista que consagra tomas de decisión asamblearias (con antecedentes que van desde el medioevo europeo a la irrupción zapatista de Chiapas). A propósito del renovado auge de estas ideas, recomiendo revisar on line los textos del colectivo anarquista Comité Invisible, particularmente el titulado «A nuestros amigos»:

 https://drive.google.com/file/d/0By4BdTUEfAqkOVAwTk8zUmlIeXc/view?pref=2&pli=1

 

Agotamiento de las posibilidades de aprovechar un «capitalismo serio»

Recientemente debatí con una querida compañera de la llamada izquierda independiente que, a partir de mi cuestionamiento hacia cierta connivencia con organizaciones kirchneristas que no atinan a ensayar aún la más mínima autocrítica sobre su desempeño en la década supuestamente ganada, concluía que la creación de una herramienta electoral capaz de expresar nuestra indignación -como alguna vez lo hiciera Podemos- es el único horizonte posible para el crecimiento político de quienes nos oponemos a este sistema, partiendo del nivel de conciencia actual en que se encuentran las mayorías nacionales.

A propósito de ello, el sociólogo brasileño Emir Sader coincidía con aquellas ideas en reciente nota publicada por Página 12 bajo el título de «¡Adelante, Podemos!»: «Tenemos que enfrentarnos a la tensión de condenar la política tal cual es, pero, a la vez, meternos en ella, porque la única vía posible de transformaciones es la democratización del Estado«, afirmaba.

Ante tan categóricas expresiones, creo que las/os revolucionarias/os deberíamos concluir que el posibilismo es el pensamiento de época dominante en este momento de la historia.

¿Será tan complejo instalar la idea de que hoy la opción macristinista constituye la garantía de sostenibilidad del sistema?

Si bien sobran argumentos para demostrarlo, acaso uno de los más indisimulados sea la continuidad del Ministro Lino Barañao, pieza clave del acuerdo de gobernabilidad entre los monopolios y la clase dirigente para asegurar la vigencia del modelo agroexportador y extractivista.

Sobre el uso discrecional de glifosato, y a propósito de su visita a nuestro país con motivo del Festival Internacional de Cine sobre el Medio Ambiente, una periodista interrogaba así a la escritora y documentalista francesa Marie Monique Robin:

Periodista: ¿Por qué el Gobierno no hace nada para detenerlo?

Marie Monique Robin: Hay mucha presión de las multinacionales como Monsanto, Barañao tiene años de relaciones con Monsanto y, por supuesto, también hay mucha corrupción.

En conclusión, lejos de haber sido consentida por Cristina, tal designación fue requerida por los dueños del país, demostrando con su concreción que «entre bueyes no hay cornada».

Recapitulando: De qué sirve entonces presentarse a elecciones si el poder real no está en disputa…

Entendemos que, en todo caso, a tal efecto habrá que crear las condiciones construyendo con la movilización multisectorial una nueva hegemonía social, cuyo escenario de gestación no será precisamente el palacio sino las calles.

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